miércoles, 28 de diciembre de 2011

Cincuenta y dos lunes de luna llena

Florecen camelias que nacen rosas para tornarse naranjas con los primeros fríos de este invierno, apenas renacido.
Desaparece la luz redonda del cielo, breve paréntesis en la línea oscura del horizonte.
En una palabra capaz cupiera el Universo.
Gracias.
Por haberme abierto el postigo de vuestro corazón durante cincuenta y dos semanas.
Por prestarme acomodo en vuestras soledades.
Gracias por haber enviado vuestro calor en palabras breves, en besos ocultos, en sonrisas cómplices. Gracias a cuantos habéis leído con cariño mis luníadas.
A tantos y tantas que las conserváis para ser leídas en momentos de sosiego. Incluso a quienes no las desdoblasteis.
Gracias por vuestra mirada, detenida en los dobleces de mis fotografías y a cuantos os emocionasteis cuando mirasteis desde su envés.

A todos los que habéis compartido vuestros silencios con la música que acompañó el revoltijo de letras desordenadas.
Por vuestra paciencia.
Por vuestra curiosidad, lunes a lunes.
Por vuestra espera.
Gracias por vuestra presencia, al otro lado del cristal.
Por vuestra ausencia, sonrisa que llega desde el país de la luz.
Gracias por ese camino prestado de la luna, orillándose tras el perfil apenas perceptible del horizonte.
Gracias por estar ahí. Viviremos suspendidos de la nada.

A ti, en mi único punto y aparte.
Por haberme disculpado tantos ensueños diurnos donde me ausenté de tu costado.
Es luna nueva.

martes, 20 de diciembre de 2011

Tu llanto



Viene la noche envuelta en tus lagrimales, cuanto más oblicua está la luna y los perfiles de la tierra aprenden a besar su espalda de nácar.
Viene el suspiro del aire, tu propio suspiro, caracola en mí oído que se enhebra y se adentra hasta ausentarse en las duermevelas de mi alma.
Y llega el grito, contenido apenas en el revuelo de un planeta que juega al aro con tus dudas. Tu propio grito.
Y por venir viene tu llanto, huyendo de las sombras y en busca de triángulos donde asirse.
Y arrebujo encuentra en mis entrañas.
Cuando no aciertas a disfrutar con los colores que te regalan los duendes que habitan el bosque de Oma.
Cuando todo se te hace gris.
Cuando todo se te hace noche.
Sin respuestas de lana donde adormilarte.
Donde buscar el arrullo que te saque del interrogante duradero que atenaza tus silencios.
Tus sueños que repliegas en ti. Y es entonces cuando te sientes tan sólo en el centro de tanta compañía, sonrisa apenas esbozada para evitar miradas que no saben ocultarse.
Y es entonces cuando te sientes tan uno en el centro del círculo que asfixia tu vida.
Sin encontrar respuestas, cuando tantas respuestas tiene la vida para verla iluminada.
Para vencer el miedo y disfrutar transitando por los alambres.
Explotar de júbilo con la enredadera de todo lo nuevo, mañanas diferentes con las que anillar los días.
Tu llanto que es mi llanto.
Tu soledad que es mi soledad, tan ajena a las luces que te prestan las candilejas.
Tu tristeza, hoy, convertida en mi propia tristeza.
Mientras tu corazón te amordaza, sobrecogido en los entresijos de tus vacilaciones y el aire se apoca en tu interior hasta encontrar tu ahogo.
Búsqueda cruel de réplicas a palabras que nacieron mudas.
Tormenta que atormentas cuando el cielo se te viste de nubes densas.
Durará hasta que te amigues con el soplo que trae viento fresco en cada madrugada.
Hasta que sonrías con la naciente claridad de la aurora.
Hasta que grites tu alegría con los pespuntes del sol.
Hasta que abraces la luz, que no es certeza sino mensura para huir del llanto y goces de la placidez naranja de los atardeceres.
Hasta que vivas la felicidad en cada gota de lluvia y encuentres respuestas con las que desdeñar la nada.
Clareará entonces el día y la luna te mostrará su lado azul.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Algunas cosas

Se escapaba la luna por el costado del poniente.
Sonreía Venus arropado bajo las sábanas de Zobel.
Y abajo, mucho más abajo, todos redondeábamos cuanto faltaba de vida.
Nuestra vida.
Acunada en recuerdos amontonados en el forro de un abrigo.
Imágenes sepias de cuanto ya no es.
Imágenes idas de cuanto ya no puede abrazarse.
Apenas un suspiro de vida creciente, algunas cosas en el camino.
Y nuestra torrentera de sueños dormidos.
Se escapaba la luna, tanto más clara cuanto más oscura la noche.
Lecturas inacabadas de juventud.
Notas musicales que vienen y van.
Alejándose del morado, torna rosa de un crepúsculo invertido.
De un verso inacabado.

Luna 2011

Una tilde en el azul que languidece en púrpura.
Planetas.
Colores de la vida.
Desvivida.
El círculo apenas esbozado, derredor de nuestros sentimientos tranquilos.
Acordes de Nirvana, otra entelequia.
Perdida.
Algunas cosas en el camino.
Arriba, un paréntesis en nuestro tiempo.
Entre tornasoles.
Punteos de guitarra abandonada.
Pasado.
Presente.
Futuro.
Ella, poderosa en el costado de poniente., entre fondos vacíos de vino.
Poetas del vidrio.
Noches de humo y rosas.
Pellizcos del alma compartidos.
Risas.
Palabras.
Desvaríos.
Y el regreso a casa, deambulando aceras deshabitadas. Soledades yertas en alcohol.
Encuentros con el aire de la madrugada.
Un cigarro humeando interrogantes baldíos.
Adormideras.
Regresamos hoy a nuestros vacíos, entre carcajadas que se burlan de nuestro presente.
El folio en blanco.
El perfil, una línea que ondula sensaciones.
Garabateando siluetas de cuanto enmudecimos entonces.
El calor en el cuenco de la mano.
Y los fantasmas grises, enhebrándose entre nubes de humo.
Se escapaba la luna por el costado de poniente.
Donde todo se acaba.
Donde todo duerme.
Algunas cosas van quedando en el camino.
Debajo del puente, llega goteando el sueño.
Y yo sigo en duermevela.
Dormido

martes, 29 de noviembre de 2011

Cinco lunas

Restos de vida en la montaña, 2011.


Pequeñas aldeas muertas.
Restos de vida en la montaña.
Faltaban, tan sólo, cinco minutos para que el sol desapareciese tras las líneas quebradas del horizonte.
Cinco semanas para que la luna mostrase su perfil más tenue.
Un puñado de días para que el adiós se aproximase perdiendo su sonrisa de este a oeste.
Los silencios caminaban portando en sus manos un manojo de globos atados de un cordel.
Faltaban apenas cinco instantes tan breves como soplos en el abrevadero de la vida.
Apenas tiempo.
El año se había deslizado entre notas musicales escapadas del pentagrama.
Entre colores huidos del arco iris.
Apenas cinco huecos de ventanas, con sus maderas podridas y sus cielos por cristal.
Faltaba la nada para regresar al interior de la oquedad donde dormitaba el alma de la sabina.
El mismo lugar donde las sirenas enmudecían sus silbidos, gritos agudos que ensordecieron la curiosidad de Ulises.
Cinco instantes escritos entre líneas para regresar a la hipérbole.
El arbusto mostraba sus cinco camelias blancas, apenas esbozos de vida nueva.
Faltaban cinco lunas llenas para vestir de oscuridad la noche y convertirla en flor de otoño.
El invierno, con sus nieves densas y la piel arrugada, escaparía gota a gota entre las casas sin tejado.
Florecería la primavera en cardos silvestres y sus flores moradas saciarían la sed de las abejas.
Al cabo, un punto rojo pintaría los azules despejados del cielo.
Un año de vida. 
Un año de muerte. 
Transcurrida.
Y los interrogantes aflorarán con la llegada nueva del solsticio.
De no tenerte, sabe Dios dónde escondería mis soledades.
Tal vez paseando entre las hileras de piedra que confluyen en un solo punto, allí donde el infinito se desdibuja.
Oscureciéndose.

martes, 22 de noviembre de 2011

Flor de luna

Restos de vida en la montaña, 2011.

Tan sólo eran sombras del pasado.
Malabaristas del tiempo transcurrido sobre fondo verde.
La sangre me está comiendo los dedos, palabreaste apenas los comienzos de tu vida.
Un esbozo pequeño de tu dedo.
Y una gota roja.
Y el horror en tu cara de niña comenzando a verdear la vida con vocablos inventados.
Calor de tu cuerpo breve.
De tu mirada, todo azul sobre círculos redondos de sorpresa.
La sangre que hubiste de vencer para sobrevivirte.
Y tus palabras, floreciendo como adelfas silvestres.
Y tu pelo en guedejas rubias, marco de tu sonrisa siembre abierta.
La sangre me está comiendo los dedos.
Y el miedo al dolor en tu rostro de aprendiz, reflejo de tus adentros.
Creciendo entre paisajes que fueron moldeando una forma de mirar.
De curiosear los derredores.
Pequeños pálpitos de juventud.
De sorprenderte a diario con tu mirada devuelta en el espejo.
Afianzándote en tus vacilaciones adolescentes.
Un puñado de margaritas recogidas hoja a hija.
Y tus curiosidades, preguntas en la montaña con el silencio arrullándonos.
Cansada de caminar.
Y tu irte, todo recuerdo de espaldas.
Un cristal prestándote su veladura.
Y tu ausencia.
Toda. La luz de una ventana dibujando ángulos en el ajedrez del suelo.
La luz de tu carencia en la noche despierta.
Tu luz, oscura tras la partida.
Y tu vida, un soplo que va creciendo hasta convertirse en ventolera de tus días, a veces tan alejados; a veces tan cercanos a los míos.
O a tu misma vida.
Habitando la libertad de tus propios sueños.
Mar de canciones repetidas.
La sangre me está comiendo los dedos.
Y te recupero de cuando en vez, todo recuerdo.
Mirada tierna y sonrisa una.
Sentada en la tolva de tus entretenimientos.
Acompañando tantos lustros desandados.
Apenas un par de días, flor de luna.
Apenas un par de besos, hija.

martes, 15 de noviembre de 2011

Andrés

Restos de vida en la montaña, 2011.

Llevaba tres recuerdos con forma de sortija y un cordón anudado en el cuello, del que pendía una esquirla del asta de un ciervo, una concha de mar y su penúltima sonrisa.
Se abrigaba con una quimera en los inviernos y durante el verano, cuando el sueño del sol era tardío, usaba para atemperarse un abanico de cristal.
Terciaba los cincuenta cuando pude ver el humo gris en su pipa de espuma de mar.
Vivía en pareja con sus recuerdos y hay quien alguna vez afirmó haberle visto caminando en la noche por el Tranco del Lobo.
Su casa, última que restaba en pie en la aldea de Los Goldines, carecía de puerta y por lecho acostumbraba a tener una montonera de hierba seca.
Recogía su pelo con dos historias del pasado y en sus bolsillos siempre hubo hueco para un manojo de besos, con los que jugaba de cuando en vez a las tres en raya, mientras ahuyentaba sus ausencias haciendo solitarios con fotografías en blanco y negro.
Decían de él que cierta vez había sido feliz.
Cada mañana, apenas crecida la luz, acudía junto al gran árbol caído y, durante horas, ejercitaba su memoria nombrando en voz alta a sus vecinos idos.
Distraía el hambre leyendo versos del revés y dialogaba con su sombra en las atardecidas. Miope hasta palpar la bruma, recordaba un amor de fantasía con el que aprendió los primeros gestos de la risa.
Perdido en el significado de las palabras, tenía por costumbre hablar con silencios, que pausaba hasta que caían las hojas de los árboles y, cuando ansiaba el murmullo, desandaba hasta el arroyo de los Tejos, donde cambiaba las piedras de lugar para escucharlas en sonidos diferentes.
Era un individuo curioso, capaz de ocupar su tiempo observando durante horas los insectos mientras libaban de la flor morada de los cardos.
Regresé una tarde de agosto y me encontré su casa sin puerta, su pipa de espuma de mar y los tres recuerdos en forma de sortija sobre el abanico de cristal.
Me dijeron que se llamaba Andrés, el tabernero de Los Goldines que no se llamaba Andrés.


lunes, 31 de octubre de 2011

Caminando en la montaña

Arboles en la montaña 2011

Imágenes prestadas de un paisaje distante.
Desde las cumbres altas del Pirineo, donde vine para respirar el frío.
Con la sonrisa esquiva del isard, en laderas de roca húmeda y los bosques virando a colores imposibles, antes que la hoja desnude el tronco.
Escribo desde el silencio roto por el crepitar de un fuego que avivo, huecos de luz por donde escapa el humo. Tornasoles entre paredes de piedra.
Escribo desde la niebla, apenas lluvia que alimenta un suelo de hojarasca donde se esconden los hongos. Otra medida del tiempo.
A ti, que escondes tu sonrisa cuando principia el otoño y te repliegas en un gesto triste que ahoga tu lágrima.
O a ti, que escondes tu futuro en un torbellino de respuestas a preguntas que jamás te hicieron.
Tal vez a ti, que no te atreves a mirar los ojos que anidan en tu costado o quizá a ti, que vives replegado en un duermevela.
Escribo a cuantos quieren perder la voz en otoño.
A cuantos se abrigan con el ropaje gris de la melancolía o tal vez a ti, que sigues en las revueltas de un pasado desaparecido.
Acaso escriba a cuantos hacen de su vida recuerdo o a quienes decidieron ennegrecer el mañana, olvidando que cada día tiene su amanecida.
Su alborada diferente. Ignorando que cada cuándo tiene su aurora y su escarcha. Su quiebro de sol o su tul de niebla en minúsculos círculos de rocío.
Desdenes de mañanas que tienen su bocanada de vida y su ilusión en el bolsillo. Cada día es diferente del ayer y promesa nueva de cuanto aún no ha nacido.
A ti, que olvidas que cada cuánto renace un hálito nuevo.
Un tendedero de ilusiones hasta la puesta de sol.
Un puñado de arcilla que puedes modelar.
Un horizonte que aún no has caminado.
Y vives replegada en los adioses.
Vives abocado en los imposibles, desviviendo hojas no llegadas del calendario.
Escondido en un pentagrama.
Malviviendo en un tiempo ido.
Sin duda te escribo a ti, hueco de sombra que acompaña mi mañana.
Mi silueta postrada. Grises que asombran el suelo por donde camino.

martes, 25 de octubre de 2011

Con la nada en la espalda

Árboles en la montaña, 2011.

Tengo el cristal en blanco y la nada guarecida en la espalda.
Puedo decirte que llueve, y que se me hace ajeno este horizonte gris, tan próximo y tan distante ahora.
Puedo hablarte de los rayos de sol que, de cuando en vez, agrietan la oscuridad en diagonales de vida.
O de los restos de madera carcomidos por los insectos, postrados en un penúltimo hálito de lo que viviera en sus adentros.
Puedo hablarte del frío que se cierne con lentitud, tiempo a tiempo, mientras suenan las cuerdas del violín en vaivenes acompasados, como columpios de felicidad dormida.
Quizá pudiera hablarte de los días circulares que se avecinan, de la noche temprana y de la oscuridad nublada donde enmudecen las estrellas.
De cómo la prontitud de la noche convierte la vida en repliegues de uno mismo.
O del vigoroso influjo del silencio, ausente el canto de los pájaros, ahora mudos.
O acaso prefieras que te recuerde el olor de la tierra mojada y detenerte, acompañada, en el desvestirse de los verdes, camino de amarillos imposibles que se tornan pardos en sus postrimerías, cuando apenas resta vigor para sobrevivir los envites del viento y el suelo es cornucopia de vida yerta.
Hubiera cumplido quince años de no haber tenido cincuenta y tres.
Mis ojos se entornan y convierten cuanto escribo en una hilera de hormigas, borrosa por la pátina húmeda que otorga la melancolía.
Me dices que ha dejado de llover y miro al cielo oscuro y adivino guedejas de nubes blancas, perdidas al socaire de un viento calmo que arrió las ilusiones en remolinos idos.
Quieta el alma, embridada, de recuerdos llena.
Comienza el año con la música de un otoño renacido.
Casi nuevo. Donde el alba sobrevivirá a la escarcha y nosotros habremos de romper los cristales del hielo.
Soplando los rescoldos del fuego.

lunes, 17 de octubre de 2011

Un día de otoño.


Árboles en la montaña, 2011.

Quería hablarte de los árboles en la montaña.
De cómo el otoño se agosta y los verdes gritan su sed, octubre adelante.
Quería hablarte del aire azul, del cielo claro y del silencio apenas quebrado por el crujir de la hierba seca.
Quería hablarte de todo eso y del sol, recostándose sobre los perfiles lejanos de la sierra. Oscureciéndonos.
Pero un hilo de luz repleto de golondrinas me trajo la cábala con su redondez perfecta.
Y en múltiplos de cinco encontré su ausencia toda. Moneda de tiniebla y luz, me dicen las voces que me hablan.
Que me cuentan cuando hubo tarde y hubo mañana.
Allá, por el principio del todo. Y multipliqué por cuatro para reparar en aquél otro, tan semejante al que escribo, principiando Vivaldi sus estaciones.
Y heme aquí, tecleando recuerdos para acercar su risa.
Una tarde cualquiera del mes. Sentando su partida a mi lado y acompañado de su bonhomía.
Entre ramas que ennegrecen el horizonte y arboledas que dormitan los amarillos distantes que quieren anaranjearse.
Perdido el resplandor de cuando naciera su luz.
Recuperándolo, en los pespuntes apenas enhebrados de mi memoria, ahora que he recobrado la cimbra del humo para imaginar siluetas.
Ahora que los pájaros no quieren abrir la puerta a la lluvia y siguen con su música de falsa primavera.
Ahora, que el tiempo mastica idas cada vez con mayor premura mientras yo, sentado en un pretil cualquiera, bamboleo mis pies en el vacío al ritmo que marcan las teclas repetidas del mismo piano.
Enredadera del ayer que me aleja del ahora.
Sombras que habitan sin luz que las alimente. Ausencias que roban el aire.
Azar, florecilla blanca a la que hurtaron la consonante para dejar sin aroma sus cidros.
Un día de otoño.

lunes, 10 de octubre de 2011

Huyendo de las palabras.

Árboles en la montaña, 2011.

Sonreía, cuando las dudas lo rodeaban y las palabras enmudecían en sus cilindros de cristal. Bajaba los ojos para escapar de la luz de los verdes.
Y musitaba apenas monosílabos entrecortados entre los vaivenes de una música inventada. Buscaba la felicidad un paso detrás del otro, entre bosques que olían a mañanas por nacer.
Allí encontraba las respuestas, yertas al cobijo de un árbol caído.
Y hacía círculos en la tierra con una rama quebrada.
La vida, postrada en las umbrías.
Toda la sabiduría.
Quieta.
Y el paso de los años, en briznas que iban pudriéndose en su derredor. Mientras un bosque de savia nueva, por donde apenas transitaba el sol, rodeaba su cuerpo recostado.
Sus ojos fijos, en un horizonte próximo que iba tornándose gris, laderas arriba.
Rostros de perfil, que iban difuminándose con la pátina rósea del ocaso.
Era feliz en el silencio, a solas con los silbidos tenues de la arboleda.
Con el trino descuidado de los pájaros, escondidos entre la fronda espesa
O tal vez perdidos. Reía con la agilidad nerviosa y huidiza de las ardillas e interrogaba la mirada curiosa de los ciervos, sedientos en su tránsito.
Era el bosque caído un libro abierto con las páginas en sepia y las esquinas por doblar. Turbado por los sonidos de la naturaleza.
Abstraído en los claroscuros que delimitaba una raya imprecisa de luces y sombras, mientras el tiempo lo envolvía en bienestares fortuitos.
Escapando de las interrogantes.
Disfrutando del lento transcurrir de los segundos, en plétora con su presente, allí, donde el pasado se había ausentado y el futuro estaba por llegar.
Como su propia vida. Compartida con cuantas plenitudes quisieran acercársele. Y permanecía absorto en los quehaceres de una minúscula araña, interior de un árbol por donde corrían las hormigas.
Idas y venidas hacia lo cierto.

lunes, 3 de octubre de 2011

El loco del claro de luna


Árboles en la montaña, 2011

Vivía en el interior de su propia sombra, a veces tumbado bajo la luz de un candil por donde hilaba el aceite, cuesta abajo; a veces dormido como un alfil sobre las diagonales de un damero, juego de ajedrez al que le habían hurtado las torres.
Siempre fue arlequín.
En blanco y negro.
Otras veces, trepaba por el rodapié, según la luz que el fuego le prestase desde los últimos rescoldos de su lumbre, cabo del día.
Y hay quien dice fue capaz de proyectar su sombra alguna vez, pared arriba, hasta quebrarse en ángulos muertos allí donde habitaban las telarañas.
Era un tipo raro, con un lunar en la espalda y cientos de garabatos escritos en servilletas de papel, donde culebreaban palabras que más tarde no sabía leer.
Alguna vez lo vieron habitar en un haz de luz, por donde reptaba rodeado de minúsculas partículas de polvo, hasta arrebujarse en la oscuridad y verse abrazado por los personajes imaginados en sus silencios.
Pese a todo, tenía ojos negros y una mirada por donde transitaba la claridad, que recordaba los primeros amaneceres de la primavera, cuando despierta tras los trinos, oscuros y tristes, de los ruiseñores.
Quiso vivir en un claro de luna y poseía doblada una ilusión en el saquillo que, cada amanecer, desdoblaba para oír el oleaje solitario del mar.
Sonrisa todo, miraba hacia el infinito arqueando sus cejas y permanecía quedo en un punto imaginado, a veces rasgo nítido, con quien llegaba a dialogar procurando el sigilo en su derredor.
Convencido entonces del aserto, jalonaba la tierra con ilusiones que nunca se le antojaron quimeras.
Dije alguna vez que perdí su rastro en cualesquiera de las anochecidas, cuando se adentró en el hueco de un árbol, convencido de encontrar allí el camino que le permitiera robar el lucero del alba a las estrellas.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Otoño

Luces del cielo en Andalucía, 2011.

Llega otoño en el último bostezo del verano, sin su revoloteo de hojas muertas y sin desnudarse en amarillos y ocres.
Llega otoño y me encuentra con las manos metidas en un bolsillo, roto, por donde han ido perdiéndose todos los pellizcos que la soledad otorga.
Por llegar, dicen que llega otoño, y enfilo un hilo de casas encaladas, con sus sillas de enea en las puertas y sus vecinos de costado, camisa blanca por la que respiran los últimos fuegos del estío.
Y sus mujeres desmadejan escobas puestas del revés.
Y las adelfas inexistentes van apocando sus verdes mientras el sol huye tras la primera colina que encuentra.


Llega otoño y me acerca el recuerdo de cuantos supieron sonreír para los adentros, entretanto buscaron reposo en columpios que las nubes sugieren siempre.
Pero no logro reconocer sus caras en el reverso de mis espejos, como tampoco dibujar el rostro de cuantos quisieron darle su mano a la luna.
Empero, dialogo en silencio con el color de sus ojos, ocultos en lagrimales yertos en tantas y cuantas noches de insomnio.
Son miradas sin palabras, repletas de puntos y comas, de ventanales por donde se ausenta el aire o perfiles de noche vertical, en cuyo marasmo no supieron volar los pájaros.
Dicen que llega otoño, con sus esqueletos de árboles vencidos.
Y quedo absorto entre fantasías que sus ramas semejan, dedos infinitos de la tierra que arañan los amaneceres huecos, lugares donde se multiplican todos los sonidos que vienen con la luz.
Todas las voces que redoblan su locura en un zumbido que no tiene fin.
En su afán por seguir viviendo, dicen que alguna vez habló de cambiar el color de las flores.


Una mañana cualquiera.
En otoño.

martes, 20 de septiembre de 2011

Hacia la oscuridad

Luces del cielo en Andalucía, 2011

Comienza otoño con palabras asomadas al alféizar de lo improbable, hueca las manos donde las cobijo, donde las avento en las postrimerías de la luz.
Palabras imaginadas, soñadas casi. Intuidas las más, para romper el terrible silencio de las sirenas, Kafka adelante, en su callejón de oro.
Y las contemplo desde el suelo, recostado en mi propia sombra, alargada en los dobleces de mi almohada, donde oculto mensajes cifrados de cuando me alimentaba con triángulos rectángulos y mis cuadraturas se tornaban círculos.
Llega la luz de otoño y me abraza en la mitad de un suspiro interminable, en los cruces de un ahogo que aspiro desde el porvenir para liberar la saudade que todo lo llena, perdidos los matices azules de un cielo en retirada.
Y entonces la noche vomita mis propios vocablos aireados, que regresan a mi, y me punzan, y se retuercen en vaivenes interminables que se inflaman en llamaradas lentas, y se desangran en el color perdido de la hojarasca que viene.
Y se enredan los verbos y me aniquilan los adentros en toses secas. Y aletean los unos sobre el papel, convertido en pantalla blanca que va oscureciéndose como si un millar de insectos quedaran aprehendidos del mismo alfiler.
Y toman prestados relieves las otras, hasta punzarme el interior de mis ojos, detenidos en sus espaldas desnudas, en sus hombros de plata que se licuan cuando resbalan hacia el suelo, asido como si de una pluma del Tiempo fugitivo se tratase, cometa errante que todo lo lleva hacia la misma bocanada de espacio ido.
Es entonces cuando todas las miradas se giran y coinciden en la misma interrogante, de la que huyo oculto en veladuras que semejan fantasías. Es demasiado pronto para quitarle color a las palabras.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Tras la lluvia

Luces del cielo en Andalucía, 2011.

Apenas un par de minutos desde que clareara tras la peña, asomada con toda su luz redonda.
Apenas un instante para verla desbordar de hermosura, ido el sol en su lecho de horizonte róseo.
Apenas un suspiro para retornar a los escritos de otro tiempo, renacidos en el encuentro fortuito, en el azar, siempre involuntario.
Otro tiempo, en el que dormía con un ojo del revés, en la diagonal de lo recordado.
Cuando eran los sueños en blanco y negro, mientras maldecía las sombras grises, la brizna sucia que se apoderó de mis azules hasta robarle la pátina de color que tornó difusa la mirada.
Un pasado en el que los cardos crecían buscando el cielo, con su boina morada y su corona de pinchos, junio adelante.
O quizá aquél otro, en el que las amapolas brotaban rojas en la tierra que anegaba un lavadero público, bostezo último de la naturaleza, que las postraban en el abandono absoluto, olvido de los más.
Un paisaje en el que deseaba andar junto a las margaritas, con los pies descalzos.
Una imagen que ansiaba besar en sus amarillos o sentirla en el calor de sus labios, verde arriba.
Tal vez ahora, cuando no me atrevo a sonreír sin perfilar mis ojos en busca de las azucenas, quizá inexistentes en el ensueño diurno.
Instantes de contornos envueltos en bruma, surcos que habitan el rostro de cuantos viven en la soledad de las nieves.
Junto a las manos gastadas de quienes ventearon la humareda densa, anhelos de ilusiones perdidas en el transcurrir de los años.
En los ojos empequeñecidos de cuantos vieron pasar la vida toda, mirando cuesta abajo.
Ahora es cuando quiero ver toda la miopía del tiempo, bajo unas cejas pobladas por la edad, vejez segura en compañía de cuantos recuerdos me acompañan.
Un sueño hecho realidad en alguna parte. Un tronco inútilmente desarraigado, que descansa sobre el hombro de un tapial vencido.
Son imágenes de la propia vida, mientras camino vestido de arlequín, con un gorro donde jugaron alguna vez los colores, camino de la luz tenue de la media tarde.
O de la media noche.
O de la madrugada.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Queriendo amanecer



Quería amanecer la mañana. El sol peleaba inútilmente con la bruma, madejas de grises que humeaban la alborada.
En las orillas de los ríos, gotas de rocío humedecían la hierba.
El hombre de las varas de almendro tenía caballitos de mar en la cabeza. El día se tornaba gris.
Todo lo más, deshilaba la tela de araña donde los azules permanecían ocultos.
Alguna rendija de luz se aventuraba, allá a lo lejos, por donde la luna asoma su rostro en las anochecidas.
Sonrió.
Con la quietud de quien se sabe dueño del tiempo, el hombre que tenía alevillas en el cerebro y el recuerdo perdido, detuvo su caminar ante su balda de pinturas, ante su cristal colmado de pinceles. 


Luces del Cielo en Andalucía 2011.

Cogió una de aquellas varas imposibles y con la paciencia de quien abre la puerta cuando la soledad llama, fue desnudándola en caracolas interminables.
Pequeñas virutas que poblaban un suelo de ajedrez, hasta alfombrarlo de otoño con los sueños caídos.
Sus dedos, toda una vida replegada en ellos, buscaban la suavidad perfecta.
De cuando en vez, se alejaba para contemplarla, desnuda, vara de almendro vuelta a su mocedad.
O la acercaba a su pecho, para olerla en su vida nueva.
Y el universo de poblaba de mariposas blancas, cuando el almendro florecía en sus pinceles.
Todo el arco iris en líneas rectas que anillaban sus brotes de vida.
Espirales sin fin. Centenares de puntos diminutos que saltaban el vado de las ilusiones idas. El hombre de las varas imposibles se vestía de sonrisa.
Y abría la ventana que daba al naciente.
Y esperaba la luz del sol.
A su lado, un perro pequeño como los días de su ocaso, bailaba en círculos interminables de gozo.

lunes, 29 de agosto de 2011

Te irás

Te irás.
Y todo tu tiempo me habrá sido breve.
Y recorreré tus estancias vacías, buscando tu voz.
Y trataré de apresar en mis manos el aire que has respirado.
Los olores que me acercaban a ti.
Pero tú te habrás ido.
Y guardaremos en cajas de cartón lo que ha sido tu vida.
Encartonando todos tus recuerdos.
Y toda tu simetría menuda de rosario y pena.
Pequeños cuadros de tus seres queridos.
Pequeños cuadros de cuantas ausencias has ido conservado vivas en fotografías, compañeras de tus soledades todas.
Te irás. 

En un lugar de Galicia, 2011.

Y miraré las paredes vestidas de la nada.
Y abriré los armarios donde aún estará tu ropa, que acercaré a mí para besar todo tu abandono de mi lado.
Te irás un día, y me quedaré añorando todos los instantes no vividos junto a ti, y te llevarás cuanto de liviano tuvo tu cuerpo frágil.
Y tu gesto siempre serio, donde tan difícil resultaba sacar una sonrisa.
Y tu mirada llena de interrogantes, plegadas entre las arrugas de tu edad.
Y todo el tiempo ido me abordará de nuevo, para traerme mis primeros años infantiles.
Y tú mimo.
Y tú cuido.
Todo tu amor de madre privándote de mí.
Desconociéndonos.
Y será entonces cuando quiera invertir las agujas del reloj, para juntar tus manos con las mías y sentir su penúltimo calor.
Y eternizarme en tu mirada, pequeña y honda.
En tus ojos, huidos en el mismo tiempo desvivido, recorriendo uno a uno los surcos de tu llanto.
Y acariciarme con tus dedos y con la suavidad de tu piel.
Y besarte, por todo cuanto no supe besar.
Y quererte, por todo cuanto no supe querer.
Será entonces cuando me abrace a la angustia de tu cuerpo.
Tan callado.
Cuando caiga el último grano de arena en el reloj y no haya más instantes donde vivir nuestros desencuentros.