domingo, 15 de abril de 2012

El aire de Soweto

(Jugaba en las noches tempranas del invierno, construyendo casas de cartón con las cartas prestadas de la baraja, efímeros equilibrios de su primera vida. Y así pasaba las horas muertas, entre adultos con braseros de carbonilla y enaguas verdes, antes de que la muerte se llevara las horas desvividas en los arrabales de su existencia). 



Cada día tiene su mañana, donde cada quien tiene que reinventarse, para respirar el aire claro de una nueva hoja del almanaque. Y salen descalzos a la planicie de simetrías imposibles, tejados apuntalados a la furia de un viento quizá inexistente. Centenares de miles, se dice pronto, de almas en vela doquiera la mirada del blanco les acompañe. Hacinados en generaciones de miradas colgadas del vacío, interrogantes eternamente condenadas al silencio de una respuesta nunca pronunciada. Juntos sin horizonte, los unos con los otros, todo lo que la tierra otorga. Lo que la mirada abarca. Lo que la vida permita, más allá de sus ojos vencidos. Y pasan engañando a la muerte en sus horas de luz. Lo peor de su vida, cada amanecer, donde las horas se eternizan esperando la luz de la noche, para boquear los rayos del sol, en una nueva mañana. Círculos de angustia abrazada, unos con otros, en su dejadez de siglos. Futuro que se aclara en lo vivido ayer. Arrebujados en la nada, en un equilibrio sin trapecio. Viven deshaciéndose de su voz, silentes al otro lado del espejo, sin que las aguas oscuras le permitan claridad donde sonreírse. Moqueando sus vidas infantiles, sin más sueño que los círculos de tierra aprensada que sus manos infantiles dibujan en torno a sus pies menudos. Respiran allí, donde los colores de África se tornan grises, en un enjambre de armonías desasistidas de cualquier esperanza distinta del día siguiente. Trampeando el día tras día. En el otro lado de Soweto, laminados de metal entre esqueletos de madera, donde las vírgenes son negras. No corren los niños por sus calles inexistentes, porque no hay prisa en llegar a ningún sitio. Sólo las voces de los que se hermanan en canto sin violines. Toda la furia del desamparo en sus gritos mecidos en el viento de sus gargantas roncas en su desasosiego. En su belleza infinita. Clara. Limpia. Blanca. Negra. I remember you.