domingo, 3 de noviembre de 2013

En el silencio de la noche

Marcho a la montaña. Tres días de huida. Dos noches de cielo. Marcho al cobijo de las estrellas, con la compañía del silencio. A dormir en el raso de la noche y en la quietud calma de las sensaciones. Diferentes. Anticipo el tiempo, para que los lunes de luna llena sigan fluyendo por los aconteceres del año. Con la música en mi hombro… ábrela. Y la letra con la cuerda de los violines.

En el silencio de la noche.

La vida, fluyendo como un torrente camino de Compostela. La vida en los costados de un camino, millones de pisadas repetidas, orillas del acontecer diario. Y cada quien cabalgando con su propio tiempo, dios menor escrito sin mayúscula para aproximarlo a la muerte. Para humanizarlo en los avatares de lo vivo. Y las gentes, transitando, con sus palabras y sus silencios compartidos. Orillas de la nada. Su propio espacio, donde alentar las complicidades de sus almas. Y el ruido de las hojas secas, otrora hojarasca, crujido ocre sobre suelo reverdecido. Y las ramas del arbolado centenario, con sus caprichosas idas en búsqueda de la luz. Lunes, siquiera llegado. Aún. Lunes que dormiré en la montaña, bajo la luz blanca de una luna creciente. Miopía de estrellas en la noche. Y toda la soledad del silencio en mi derredor. Aislado de las otras voces, palabras que me acompañan a diario. A la espera del oscuro, como dijera el hombre del bosque. Vencido por el camino. Yerto en el sueño. Antes oleré los árboles alineados, su misterioso interior por donde la savia viene. O va. Desviviéndose. Y será la claridad del cielo quien me alumbre. Y será el silencio de la montaña quien me arrope. Trampeando al tiempo, dios menor escrito sin mayúscula para humanizarlo. Escribiendo cuanto aún no ha acontecido. Y acaso tú, leyendo lo que sucederá mañana. Jugando en el futuro mientras hacemos camino en lo que va quedando del pasado. Prestándome tu sonrisa, escapada casi. Involuntario gesto de intimidad sobrevenida. Escuchando mi silencio, que escribo al calor del tuyo. Mientras caminamos juntos buscando la noche en la que no duerme nadie por el cielo, que dijera el poeta en su agonía de asfalto. Huelo la paz de los lugares donde no hay quebranto. Huelo la lluvia que humedece la tierra. Huelo la vida que acompaña mi caminar, allí donde la respiración se altera y la montaña crece, toda vertical, protestando del ser humano que la vulnera. Mientras la jara me destroza un brazo desprotegido y a lo lejos vuelan los buitres sus círculos de hambre putrefacta. Es noche. Y me arrebujo en el interior de un saco y miro al cielo. Iluminado.