domingo, 25 de mayo de 2014

La voluta de humo




Mayo de geranio y cal. Mayo de recuerdos remotos, cuando la primera niñez viene y te abraza en un recodo, con una fotografía en blanco y negro bajo el brazo. Mayo de internado donde las vivencias se multiplican a los diez años de edad. Un paisaje, en el que día a día se van esbozando las figuras guardadas en la primero memoria. Y recuperas el sonido de sus voces. Y recuperas el olor de los pasillos. Y recuperas sensaciones de cuando comenzabas a vivir, abrazado a la soledad que acompañaba las sombras de tu derredor.




¿Sería cierto que una sombra se cernía sobre él?... Lo cierto es que reconoció su pasado en una voluta de humo. Sucedió en una esquina cualquiera, una mañana en la que regresaba de bailar con la oscuridad. Eran siluetas en blanco y negro, de las que brotaban nombres de cuando en vez. Hasta que le vino el paisaje. Y el olor denso a caldo e internado. Y el silencio eterno de las noches de invierno, apenas una tos en un espacio demasiado grande para sus cuerpos menudos. Y se cruzó con ella, dama blanca que giró su vista azul. Y se le hizo grato el presente, vaivenes recortados de la memoria donde buscó cobijo el azar del involuntario encuentro. Recuerdos todos que fueron ordenándose en la lejanía del espacio sobrevenido. Treinta, cuarenta años ya. Y los colores sobre blancos. Rojos de sangre clara. Verdes de vida nueva. Y las voces, multiplicándose las unas y entremezclándose las otras. Enjambre de sonidos. Zumbido de un panal. Tela de araña convertida en cernadero de nadie. Y corrió tras el aire espeso, estela confusa que amalgama un tiempo demasiado extenso, demasiado alejado como para moldearlo en el presente. Y el olor de los naranjos. Y los acerados, con sus bordillos rectos y sus isletas de tierra presa. Y el murmullo del río, alejándose de su nacimiento. Remansado en norias inútiles, ornato de siglos. Y la luz, apresándolo todo, en calles estrechas cuyas paredes se besan en los aleros de los tejados. Apenas unos años a la vida. Curiosidades infantiles con las que distraer la soledad y el ahogo de la distancia. Aprendiendo a dialogar con uno mismo, buscando la sombra vertical para jugar en compañía de otros y el albero de sus zócalos para amigarse con el sol. Amarillos, verdes y todos los azules dejados tras de sí, mientras trataba de atrapar el viento en una canción escrita en inglés, con los sueños escondiéndose entre los revoltijos de su mente. Y su miopía precoz, paginando cuentos de los hermanos Green, con dibujos exagerados que alguna vez le hiciera trepar entre judías crecidas al amanecer. Toda una vida, en una voluta de humo. Ida, acaso.
 

lunes, 19 de mayo de 2014

Las luníadas


Alguien me habló de las luníadas... y alguien puso la tilde. Entrambos, tomo prestados tilde y palabra como pretexto para un nuevo lunes. Los números redondos tienen estas cosas. Veinte lunes compartiendo lo que nació como un pequeño dislate de los adentros. Un mes dedicado al recuerdo. De personas. De imágenes. De paisajes. De músicas. De alientos. Alumbrando un vocablo inexistente para ello.





Puede que se diera la vuelta buscando, en su propia cara, el espejo donde oscurecer los sueños que van olvidándose. Es su historia interminable. Dormitando casi, mientras clareaba la mañana sus primeras luces, una mano pálida de mujer ahuecada en arrugas apenas perceptibles, le mostraba una sonrisa lívida mientras soplaba el interior, aventando una nubecilla de luníadas que se mezclaron por entre los primeros pespuntes de luz. Acaso no fuera cierto, puro espejismo de la noche en los cristales limpios de la mañana. Incluso creyó soñarlas en su fantasía precoz, como pequeñas partículas de emociones desvestidas por el sol en los instantes previos al ocaso. Y una vez más, sonrió. Su risa, remedo de un viento diabólico que todo lo desfigura. Su rostro, desconocido ahora, convertido en paisaje donde buscar el nombre de la rosa. Encuentros con la voz del alma, cada lunes, cuando la luna se aventura llena. Retornos a la escena habitada alguna vez; a las figuras con voces agudas que habitaron en otro tiempo. A Pirandello. En un tiempo que ya no es. Quizá pretendiera con todo ello renacer desde el interior del pasado o tal vez saciar su sed bebiendo el agua fresca  del futuro, como hiciera la niña que paseaba descalza por el bosque encantado de Oma, con su bolsillo lleno de mariposas cosquilleando una mano menuda e infantil. Fuese como fuera, los lunes se habían tornado en pinceladas de su propia vida. Una música. Una fotografía. Y centenares de recuerdos llamando a la puerta del tiempo ido. Con sus perfiles, comienzo difuso que iba delineándose en la memoria. Y detrás de cada sombra, un nombre. Un paisaje con personajes apareciendo desde las alacenas. El sentimiento emocionado de lo revivido. Las ausencias, como clavos en la pared de geranios rojos, con sus lamentos siempre mudos. O quizá consistiera, tan sólo, en aventurarse a tientas por entre las brumas de una noche donde las carcajadas se visten con túnicas blancas de satén.

lunes, 12 de mayo de 2014

Olores y colores




La vida es una larga canción. Jethro Tull. Principiaban los setenta. La vida es una rueca con una hilatura que termina en un descosido. Guardamos imágenes sin reparar en ello. Dormitan en recuerdos con frecuencia olvidados. Hasta que se abre la ventana. Y entra la luz. Y los colores visten las sombras y las sombras acaban poniéndose de  perfil. Y recuperamos, incluso, los olores de otro tiempo. Los sonidos. Recuperamos la memoria que aventurábamos perdida.



Se abrió la ventana y llegó la luz al interior, oscuro durante décadas. Aireando la estancia donde transitaban las sombras, apenas siluetas con aspecto de recuerdos. Olvidados. Al instante, cobraron vida. Eran los contornos imprecisos de un pasado, desdibujado siempre en la memoria de quien ya no es. Y con los relieves de luz se avinieron los olores de una niñez crecida, a veces, junto al azahar de los naranjos en flor y a patios encalados, salpicados de macetas, colores pletóricos de luz y aromas, por mayo, que era por mayo la niñez. Los perfiles fueron acomodándose a una nueva realidad, hasta recordar lo que fueran costumbres. Y los personajes no tardaron en salir de las tinieblas. Aparecieron cajas de cartón pálido, rebosantes de cosas inútiles que otrora los tiempos marcaran la vida. Decenas de cartas atadas con pulcritud, calladas durante lustros y escritas cuando los silencios existían. Un mechero de gasolina con sus algodón seco. Siete bolígrafos sin tinta. Algunas gomas de borrar, usadas y ennegrecidas las más por el carboncillo ido. Un cuaderno de retratos tan sólo esbozados en sus trazos más elementales. Cuatro ilusiones en una caja pequeña de latón, con su tapadera oxidada y dibujos quizá de postguerra. Una bolsita de tela con sus olores dentro. Un disco con una canción que nunca se oyó. Y algunas fotografías de perfiles troquelados, con su margen blanco y su gama de grises. Algunas hojas de eucalipto. Secas. Un trozo de madera con forma de carabela y tres piedrecitas redondas con las que jugar a las tres en raya. Estampas usadas en los juegos de calle, con sus desdibujados asuntos y sus colores perdidos. Un papel reducido en ocho dobleces, con un te quiero dentro. Una bolsa repleta de chapas de refrescos, inexistentes hoy. Un billete de tren con una fecha de mil novecientos setenta. El aire desatado tras cuarenta años y una brizna del niño que alguna vez existió, en el mismo sobre donde apareciera un manojo de conversaciones infantiles y un fragmento de algún llanto nacido en la soledad distante.

domingo, 4 de mayo de 2014

La carpeta verde




Jugaremos con el tiempo. Acotaremos recuerdos a los que trataremos de poner rostro dibujando sobre servilletas de papel. Demasiado espacio para saltar sin red. Quizá, tan sólo, la música nos cobije en su tela de araña. Córdoba en mayo. Colores y silencios. Sombras.



Apenas dos o tres años, brincados sobre los diez. La historia estaba escrita, aunque nadie había reparado en ella. Siquiera nosotros, lustros más tarde. Acaso la casualidad, lápiz en mano, enhebrando las primeras fantasías. Palabra a palabras hilvanadas, hasta agradar a quienquiera y recibir como halago una carpeta verde, que ha rodado con nosotros el mismo tiempo. Éramos niños, y buscábamos protegernos del frío, vistiéndonos con palabras que volteábamos, para pintar de colores su envés. Y el hueco, acaso, de los tres meses rondando parques. Un destino. Mientras se forjaba el otro. Tres años, quizá más, rondando noches con poemarios incompletos de vino y cristal. Deshilando el uno. Anudando el otro. Entrambos mirando la luz y la sombra. Y el tiempo, recorriéndonos siempre. En las primeras luces junto a la tierra, siembra de enredaderas por la que trepar los anhelos más tarde. En la penúltima oscuridad, girando el vaso vacío a la espera de la palabra ida. Al cabo, sueños en los que huir de nuestras realidades. O tal vez, el deseo de convertir la realidad en sueños. Inventando universos poliédricos que pidieran permiso a la vida. Para vivir en ella. Para sobrevivir en nuestro derredor. Hermosa cuentista de fábulas que descuenta sus días. Inventando. Y siguieron rodando los años como círculos repletos de equivocadas decisiones. Con la duda siempre en el bolsillo. Y la espalda repleta de emociones, que desgranadas en recuerdos postreros sirve para alimentar el alma y lograr una sonrisa que se aleja más allá de la simple mueca. Ausentándonos. Cambiando geografías, uno más que otro. Nos tragó la tierra, hijos de Saturno, para vomitarnos con los años. Y el tiempo se torna paréntesis con la nada en sus adentros. El recuerdo nos emociona. Nos acerca al niño que alguna vez fuimos, en plena edad media, donde hasta cambios de milenios hemos vivido. Fortuna de la diosa. Y salmoneamos río arriba, buscando nuevas aguas bravas donde remansar el reloj. Vamos apareciendo como minúsculos granos de polvo. Y abrimos la carpeta verde, para airear el pasado dibujando las primeras caras sin rostro de la edad madura. En servilletas de papel.