Desde las cumbres altas del Pirineo, donde vine para respirar el frío.
Con la sonrisa esquiva del isard, en laderas de roca húmeda y los bosques virando a colores imposibles, antes que la hoja desnude el tronco.
Escribo desde el silencio roto por el crepitar de un fuego que avivo, huecos de luz por donde escapa el humo. Tornasoles entre paredes de piedra.
Escribo desde la niebla, apenas lluvia que alimenta un suelo de hojarasca donde se esconden los hongos. Otra medida del tiempo.
A ti, que escondes tu sonrisa cuando principia el otoño y te repliegas en un gesto triste que ahoga tu lágrima.
O a ti, que escondes tu futuro en un torbellino de respuestas a preguntas que jamás te hicieron.
Tal vez a ti, que no te atreves a mirar los ojos que anidan en tu costado o quizá a ti, que vives replegado en un duermevela.
Escribo a cuantos quieren perder la voz en otoño.
A cuantos se abrigan con el ropaje gris de la melancolía o tal vez a ti, que sigues en las revueltas de un pasado desaparecido.
Acaso escriba a cuantos hacen de su vida recuerdo o a quienes decidieron ennegrecer el mañana, olvidando que cada día tiene su amanecida.
Su alborada diferente. Ignorando que cada cuándo tiene su aurora y su escarcha. Su quiebro de sol o su tul de niebla en minúsculos círculos de rocío.
Desdenes de mañanas que tienen su bocanada de vida y su ilusión en el bolsillo. Cada día es diferente del ayer y promesa nueva de cuanto aún no ha nacido.
A ti, que olvidas que cada cuánto renace un hálito nuevo.
Un tendedero de ilusiones hasta la puesta de sol.
Un puñado de arcilla que puedes modelar.
Un horizonte que aún no has caminado.
Y vives replegada en los adioses.
Vives abocado en los imposibles, desviviendo hojas no llegadas del calendario.
Escondido en un pentagrama.
Malviviendo en un tiempo ido.
Sin duda te escribo a ti, hueco de sombra que acompaña mi mañana.
Mi silueta postrada. Grises que asombran el suelo por donde camino.
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