domingo, 28 de septiembre de 2014

Queriendo amanecer



Una conversación en medio de la tarde o de la noche. Unas imágenes borrosas, oscuras, difuminadas que te aparecen en mitad del sueño. Una servilleta con palabras inteligibles. Y un puñado de emociones que las despiertan poco a poco. 




Quería amanecer la mañana. El sol peleaba inútilmente con la bruma, madejas de grises que humeaban la alborada. En las orillas de los ríos, gotas de rocío humedecían la hierba. El hombre de las varas de almendro tenía caballitos de mar en la cabeza. El día se tornaba gris. Todo lo más, deshilaba la tela de araña donde los azules permanecían ocultos. Alguna rendija de luz se aventuraba, allá a lo lejos, por donde la luna asoma su rostro en las anochecidas. Sonrió. Con la quietud de quien se sabe dueño del tiempo, el hombre que tenía alevillas en el cerebro y el recuerdo perdido, detuvo su caminar ante su balda de pinturas, ante su cristal colmado de pinceles. Cogió una de aquellas varas imposibles y con la paciencia de quien abre la puerta cuando la soledad llama, fue desnudándola en caracolas interminables. Pequeñas virutas que poblaban un suelo de ajedrez, hasta alfombrarlo de otoño con los sueños caídos. Sus dedos, toda una vida replegada en ellos, buscaban la suavidad perfecta. De cuando en vez, se alejaba para contemplarla, desnuda, vara de almendro vuelta a su mocedad. O la acercaba a su pecho, para olerla en su vida nueva. Y el universo se poblaba de mariposas blancas, cuando el almendro florecía en sus pinceles. Todo el arco iris en líneas rectas que anillaban sus brotes de vida. Espirales sin fin. Centenares de puntos diminutos que saltaban el vado de las ilusiones idas. El hombre de las varas imposibles se vestía de sonrisa. Y abría la ventana que daba al naciente. Y esperaba la luz del sol. A su lado, un perro pequeño como los días de su ocaso, bailaba en círculos interminables de gozo.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Te irás



Los colores se desvanecen y aparecerá el lado oculto de su vida. En blanco y negro. La música te llevará entonces hasta el horizonte, allí donde el mar deja de ser azul y se torna oscuro, en el mismo instante en el que aparecerá el sol, tal vez mañana, y la música brinque por los arreboles hasta lograr que la luz bañe todos los rincones de su vida.



Te irás. Y todo tu tiempo me habrá sido breve. Y recorreré tus estancias vacías, buscando tu voz. Y trataré de apresar en mis manos el aire que has respirado. Los olores que me acercaban a ti. Pero tú te habrás ido. Y guardaremos en cajas de cartón lo que ha sido tu vida. Encartonando todos tus recuerdos. Y toda tu simetría menuda de rosario y pena. Pequeños cuadros de tus seres queridos. Pequeños cuadros de cuantas ausencias has ido conservado vivas en fotografías, compañeras de tus soledades todas. Te irás. Y miraré las paredes vestidas de la nada. Y abriré los armarios donde aún estará tu ropa, que acercaré a mí para besar todo tu abandono de mi lado. Te irás un día, y me quedaré añorando todos los instantes no vividos junto a ti, y te llevarás cuanto de liviano tuvo tu cuerpo frágil. Y tu gesto siempre serio, donde tan difícil resultaba sacar una sonrisa. Y tu mirada llena de interrogantes, plegadas entre las arrugas de tu edad. Y todo el tiempo ido me abordará de nuevo, para traerme mis primeros años infantiles. Y tú mimo. Y tú cuido. Todo tu amor de madre privándote de mí. Desconociéndonos. Y será entonces cuando quiera invertir las agujas del reloj, para juntar tus manos con las mías y sentir su penúltimo calor. Y eternizarme en tu mirada, pequeña y honda. En tus ojos, huidos en el mismo tiempo desvivido, recorriendo uno a uno los surcos de tu llanto. Y acariciarme con tus dedos y con la suavidad de tu piel. Y besarte, por todo cuanto no supe besar. Y quererte, por todo cuanto no supe querer. Será entonces cuando me abrace a la angustia de tu cuerpo. Tan callado. Cuando caiga el último grano de arena en el reloj y no haya más instantes donde vivir nuestros desencuentros.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Desdenes del tiempo




El suelo de madera entarimada. Y el crujido de las tablas como ayes repetidos, mientras busco el descanso a tientas en la oscuridad. Una brizna de luz. Y cuantos desdenes del tiempo quieran imaginarse en la mecedora del propio Tiempo. Abre la música que arrulla todo y ocúltate en los pliegues de la letra. 


Escribirte desde un hueco inexistente de la noche, todo rodeado de círculos claros de luna llena, arriba y a lo lejos. Compases de pequeñas luminarias, miniaturas de luces apenas briznas de claros sobre oscuros. Escribirte desde la soledad provocada, cuando duermen los sonidos del día en la mano cerrada de los niños, tan sólo cuatro o cinco años despiertos a la vida. Escribirte con una vela junto a mis dedos, en la terraza calurosa del verano, leve tiniebla que me obliga a intuir el teclado y corregir de vez en vez. Para musicarte unas cuantas palabras nacidas del calor, día agostado en bruma, ladrón de silencios que transita de puntillas para que no despierte la quietud. La calma del día, transcurrido entre trajines que se agolpan en las sienes. Idas y venidas de pequeñas voces que ahora callan, silentes llantos de la claridad. Escribirte cuando se trata quizá de escribirme, tan sólo, para verme repetido siempre en las mismas palabras ocultas en los interlineados. Palabras que tú me lees de cinco en cinco, como los dedos del ciego que recorren las arrugas de lo dicho en otro lugar y me dejas escrito en un cuadrado que se abre con la luz, escasamente un relámpago en la tormenta del tanto tiempo transcurrido. O decirte adiós cuando mi canto arrulla tu despedida, tan pronta como dolorosa, punto final de una vida transitada. Escribirte o escribirme esta angostura de imágenes borrosas, de tiempos irremediablemente idos, cuando toda mirada atrás se torna vacía y los quereres van arañando el alma entre miradas que se ocultan del presente, con toda su indiferencia en los labios y el pasillo donde habitan los desdenes del tiempo colmados de sombras que trepan por la pared.