En un lugar de Galicia, 2011.
Me hablan las sombras desde sus paredes de siglos, conforme los postigos se deshojan en sus goznes de hierro y la luz dibuja triángulos sobre las maderas del suelo.
Me hablan las ausencias, desde su encintado de tiempo ido, y la música de sus voces compone una conversación huida que reaviva el recuerdo.
Y sonrío entonces, en el bienestar de cuanto recupero y mezclo en un anhelo imposible. Y miro a sus ojos, que me observan desde sus pupilas de luz apagada, con la curiosidad de quien se sabe eclipse o silueta de humo que se cimbra entre objetos que acierto a palpar, oscuridad de mis días.
Recupero el pulso de mis adentros y me emociono y quiero adivinar en los perfiles que sus ademanes muestran, un gesto que me alivia en el llanto. Todas las voces, hablándome desde su quietud de otro lugar, compartiéndome en mis claroscuros.
Y adivino sus pasos en el leve crujido de las tarimas.
Y adivino su calor en las estelas de luces blancas que van quedándose prendidas en el aire, en la luz vertical que sube los contornos de las puertas y se difumina, hasta ensombrecer las proximidades desde donde observo como las candilejas van apagándose.
Y tal y como surgieron desde los grises de la piedra, marchan hacia la claridad que se adivina más allá, país de todas las luces imaginables, donde habita el sosiego de cuantos se saben calmos.
Y sube en su despedida, desde el exterior ajardinado, el color de las hortensias y llega hasta la palma de mis manos el olor de las madreselvas.
Y entonces cierro los dedos en un gesto inútil que quiere atrapar el aire, el aroma de otro tiempo.
Y poco más tarde los abro, y me entretengo en las arrugas de la edad, reconociéndome en ellas. Al cabo.
Y acudo presto a la claridad, mano entrelazada a los compases del corazón y miro el horizonte, donde creo ver siluetas que se vuelven y me miran en el adiós que percibo, tiempos de cristal a cuyo calidoscopio me asomo de cuando en vez para saber del pasado que va hilando mis días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario