Faltan letras en mi alfabeto para llamar a tu puerta, donde cobijas el Tiempo que acompaña en las luces de la noche, cuando las estrellas bailan.
O tal vez me sobren palabras, paseadas de la mano de cuando en vez, palabras de colores que nunca supieron decirte nada. Sólo treparon por la piedra, casi siempre como enredaderas temerosas del vacío. O
quizá me falte valor para robarte silencios que acompañen los míos y tema encontrar tu sonrisa tras el ruido de metal en la madera. Entonces llamo a la puerta, que siquiera tengo certeza sea tu puerta, para saberte en algún lugar de los adentros.
Y aguardo con la impaciencia en un costado y el corazón latiéndome, de temores lleno.
Y repito el golpeo y le hablo al frío de la aldaba, mañana de rocío que se sabe quieta.
Y abrazo la angustia en las ausencias del todo.
Y me protejo del frío rodeándome hasta donde llegan mis brazos desnudos. Debo transitar entre dos mares, rosa de los vientos. Saberse tan sola, en el bosque de robles viejos.
En un lugar de Galicia, 2011
Y no me consuela tu caminar sobre las teclas del piano, negro sobre blanco. Ni los vaivenes del violín que semejan olas de ida y vuelta.
Ni las palabras arrastradas de quien busca aliento para su propia vida. Porque el círculo que mis ojos abarca está repleto de lejanías y todo es un infinito gigantesco, ondulado, casi curvo, donde gano el tiempo a la vida viendo como desaparece el sol cada atardecida de mi agosto, entre geranios igualmente ajados por la edad.
Y vuelvo los ojos al recodo por donde aparece la luna, bordes de la montaña próxima, y enciendo la cazoleta de mi pipa olvidada.
Y volteo toda mi vida, al amparo de unas volutas de humo que semejan trazos de mi pasado y alivio con mis manos los olores del jazmín que, majestuoso, colorea de verde los blancos de mi espalda.
Y sueño en la noche. Toda. Olores del tiempo ido, que beso al socaire de todas las presencias que puedan acompañar mi conversación palabras vacías.
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