El suelo de madera entarimada.
Y el crujido de las tablas como ayes repetidos, mientras busco el descanso a
tientas en la oscuridad. Una brizna de luz. Y cuantos desdenes del tiempo
quieran imaginarse en la mecedora del propio Tiempo. Abre la música que arrulla
todo y ocúltate en los pliegues de la letra.
Escribirte desde un hueco inexistente de la noche, todo rodeado de círculos claros de luna llena, arriba y a lo lejos. Compases de pequeñas luminarias, miniaturas de luces apenas briznas de claros sobre oscuros. Escribirte desde la soledad provocada, cuando duermen los sonidos del día en la mano cerrada de los niños, tan sólo cuatro o cinco años despiertos a la vida. Escribirte con una vela junto a mis dedos, en la terraza calurosa del verano, leve tiniebla que me obliga a intuir el teclado y corregir de vez en vez. Para musicarte unas cuantas palabras nacidas del calor, día agostado en bruma, ladrón de silencios que transita de puntillas para que no despierte la quietud. La calma del día, transcurrido entre trajines que se agolpan en las sienes. Idas y venidas de pequeñas voces que ahora callan, silentes llantos de la claridad. Escribirte cuando se trata quizá de escribirme, tan sólo, para verme repetido siempre en las mismas palabras ocultas en los interlineados. Palabras que tú me lees de cinco en cinco, como los dedos del ciego que recorren las arrugas de lo dicho en otro lugar y me dejas escrito en un cuadrado que se abre con la luz, escasamente un relámpago en la tormenta del tanto tiempo transcurrido. O decirte adiós cuando mi canto arrulla tu despedida, tan pronta como dolorosa, punto final de una vida transitada. Escribirte o escribirme esta angostura de imágenes borrosas, de tiempos irremediablemente idos, cuando toda mirada atrás se torna vacía y los quereres van arañando el alma entre miradas que se ocultan del presente, con toda su indiferencia en los labios y el pasillo donde habitan los desdenes del tiempo colmados de sombras que trepan por la pared.
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