domingo, 18 de marzo de 2012

Sentado en el pretil del Tiempo

Tú me trajiste el infinito, cuando sólo era un esbozo que separaba los azules, allá, todo lo lejos que mis ojos alcanzaban a ver, por aquél entonces. Y me envolviste en un celofán de aire tan ligero como tus manos delgadas, minúsculos dedos por donde las sortijas resbalan. Aún. Tú me llevaste al infinito, allí donde la duda nace y las miradas se cruzan. Cómplices de silencios imposibles. Y me sentaste en el pretil de una línea apenas ondulada, para que me recrease en las vertientes que la vida tiene, del amor al desamor, quizá una línea de puntos a la que le han hurtado las comas. Infinita. Y acercaste el azul de mis ojos cansados al mineral verde de los tuyos, tan claros de vida oculta. 




Y acabaste meciéndote en el recuerdo de otro tiempo, sin duda ido, por donde transitan las emociones revividas en las noches de luna llena. Y no faltó la cercanía para respirarnos en el mismo aliento. Para compartir la belleza entrelazando las manos, convertidas en anhelo de aquélla madrugada, tan lejana en el tiempo inexistente del recuerdo. Tú me trajiste del infinito, acercando perfiles que moldearon mis palabras nunca dichas y me desabrazaste de la ausencia inventada para abrigarme del frío, cuando la noche me sentaba su luna en un hombro, siempre el mismo hombro, arropándome con el calor de sus colores perdidos. Tú me pusiste la música en un oído y me regalaste el talismán engarzado que el viento trajo de África, doblez de cara siempre viva. Y me hiciste creer que habitaba en las copas de los árboles, mientras yo caminaba descalzo sobre la hierba seca de un suelo ayuno de lágrimas, con las que haber hubiera humedecido su desventura. Tú me llevaste al infinito, beso imposible entre cielo y tierra, y buscaste mis labios para prestarme una palabra silabeada, cuando la luz de la primera aurora permitió a nuestros ojos hablarse en el silencio de sus soledades compartidas. Y me habitaste en la plenitud de una noche sin mañana. (Dicen de él que subió al Aguilón del Loco, para robarle el lucero del alba a la amanecida, y que murió de frío. Dicen de él que fue el único hombre vivo que habitara el limbo de los hombres que extraviaron sus almas buscando el abrazo de un sueño. Dicen de él, por decir que digan, que era un hombre bueno).