lunes, 26 de septiembre de 2011

Otoño

Luces del cielo en Andalucía, 2011.

Llega otoño en el último bostezo del verano, sin su revoloteo de hojas muertas y sin desnudarse en amarillos y ocres.
Llega otoño y me encuentra con las manos metidas en un bolsillo, roto, por donde han ido perdiéndose todos los pellizcos que la soledad otorga.
Por llegar, dicen que llega otoño, y enfilo un hilo de casas encaladas, con sus sillas de enea en las puertas y sus vecinos de costado, camisa blanca por la que respiran los últimos fuegos del estío.
Y sus mujeres desmadejan escobas puestas del revés.
Y las adelfas inexistentes van apocando sus verdes mientras el sol huye tras la primera colina que encuentra.


Llega otoño y me acerca el recuerdo de cuantos supieron sonreír para los adentros, entretanto buscaron reposo en columpios que las nubes sugieren siempre.
Pero no logro reconocer sus caras en el reverso de mis espejos, como tampoco dibujar el rostro de cuantos quisieron darle su mano a la luna.
Empero, dialogo en silencio con el color de sus ojos, ocultos en lagrimales yertos en tantas y cuantas noches de insomnio.
Son miradas sin palabras, repletas de puntos y comas, de ventanales por donde se ausenta el aire o perfiles de noche vertical, en cuyo marasmo no supieron volar los pájaros.
Dicen que llega otoño, con sus esqueletos de árboles vencidos.
Y quedo absorto entre fantasías que sus ramas semejan, dedos infinitos de la tierra que arañan los amaneceres huecos, lugares donde se multiplican todos los sonidos que vienen con la luz.
Todas las voces que redoblan su locura en un zumbido que no tiene fin.
En su afán por seguir viviendo, dicen que alguna vez habló de cambiar el color de las flores.


Una mañana cualquiera.
En otoño.

martes, 20 de septiembre de 2011

Hacia la oscuridad

Luces del cielo en Andalucía, 2011

Comienza otoño con palabras asomadas al alféizar de lo improbable, hueca las manos donde las cobijo, donde las avento en las postrimerías de la luz.
Palabras imaginadas, soñadas casi. Intuidas las más, para romper el terrible silencio de las sirenas, Kafka adelante, en su callejón de oro.
Y las contemplo desde el suelo, recostado en mi propia sombra, alargada en los dobleces de mi almohada, donde oculto mensajes cifrados de cuando me alimentaba con triángulos rectángulos y mis cuadraturas se tornaban círculos.
Llega la luz de otoño y me abraza en la mitad de un suspiro interminable, en los cruces de un ahogo que aspiro desde el porvenir para liberar la saudade que todo lo llena, perdidos los matices azules de un cielo en retirada.
Y entonces la noche vomita mis propios vocablos aireados, que regresan a mi, y me punzan, y se retuercen en vaivenes interminables que se inflaman en llamaradas lentas, y se desangran en el color perdido de la hojarasca que viene.
Y se enredan los verbos y me aniquilan los adentros en toses secas. Y aletean los unos sobre el papel, convertido en pantalla blanca que va oscureciéndose como si un millar de insectos quedaran aprehendidos del mismo alfiler.
Y toman prestados relieves las otras, hasta punzarme el interior de mis ojos, detenidos en sus espaldas desnudas, en sus hombros de plata que se licuan cuando resbalan hacia el suelo, asido como si de una pluma del Tiempo fugitivo se tratase, cometa errante que todo lo lleva hacia la misma bocanada de espacio ido.
Es entonces cuando todas las miradas se giran y coinciden en la misma interrogante, de la que huyo oculto en veladuras que semejan fantasías. Es demasiado pronto para quitarle color a las palabras.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Tras la lluvia

Luces del cielo en Andalucía, 2011.

Apenas un par de minutos desde que clareara tras la peña, asomada con toda su luz redonda.
Apenas un instante para verla desbordar de hermosura, ido el sol en su lecho de horizonte róseo.
Apenas un suspiro para retornar a los escritos de otro tiempo, renacidos en el encuentro fortuito, en el azar, siempre involuntario.
Otro tiempo, en el que dormía con un ojo del revés, en la diagonal de lo recordado.
Cuando eran los sueños en blanco y negro, mientras maldecía las sombras grises, la brizna sucia que se apoderó de mis azules hasta robarle la pátina de color que tornó difusa la mirada.
Un pasado en el que los cardos crecían buscando el cielo, con su boina morada y su corona de pinchos, junio adelante.
O quizá aquél otro, en el que las amapolas brotaban rojas en la tierra que anegaba un lavadero público, bostezo último de la naturaleza, que las postraban en el abandono absoluto, olvido de los más.
Un paisaje en el que deseaba andar junto a las margaritas, con los pies descalzos.
Una imagen que ansiaba besar en sus amarillos o sentirla en el calor de sus labios, verde arriba.
Tal vez ahora, cuando no me atrevo a sonreír sin perfilar mis ojos en busca de las azucenas, quizá inexistentes en el ensueño diurno.
Instantes de contornos envueltos en bruma, surcos que habitan el rostro de cuantos viven en la soledad de las nieves.
Junto a las manos gastadas de quienes ventearon la humareda densa, anhelos de ilusiones perdidas en el transcurrir de los años.
En los ojos empequeñecidos de cuantos vieron pasar la vida toda, mirando cuesta abajo.
Ahora es cuando quiero ver toda la miopía del tiempo, bajo unas cejas pobladas por la edad, vejez segura en compañía de cuantos recuerdos me acompañan.
Un sueño hecho realidad en alguna parte. Un tronco inútilmente desarraigado, que descansa sobre el hombro de un tapial vencido.
Son imágenes de la propia vida, mientras camino vestido de arlequín, con un gorro donde jugaron alguna vez los colores, camino de la luz tenue de la media tarde.
O de la media noche.
O de la madrugada.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Queriendo amanecer



Quería amanecer la mañana. El sol peleaba inútilmente con la bruma, madejas de grises que humeaban la alborada.
En las orillas de los ríos, gotas de rocío humedecían la hierba.
El hombre de las varas de almendro tenía caballitos de mar en la cabeza. El día se tornaba gris.
Todo lo más, deshilaba la tela de araña donde los azules permanecían ocultos.
Alguna rendija de luz se aventuraba, allá a lo lejos, por donde la luna asoma su rostro en las anochecidas.
Sonrió.
Con la quietud de quien se sabe dueño del tiempo, el hombre que tenía alevillas en el cerebro y el recuerdo perdido, detuvo su caminar ante su balda de pinturas, ante su cristal colmado de pinceles. 


Luces del Cielo en Andalucía 2011.

Cogió una de aquellas varas imposibles y con la paciencia de quien abre la puerta cuando la soledad llama, fue desnudándola en caracolas interminables.
Pequeñas virutas que poblaban un suelo de ajedrez, hasta alfombrarlo de otoño con los sueños caídos.
Sus dedos, toda una vida replegada en ellos, buscaban la suavidad perfecta.
De cuando en vez, se alejaba para contemplarla, desnuda, vara de almendro vuelta a su mocedad.
O la acercaba a su pecho, para olerla en su vida nueva.
Y el universo de poblaba de mariposas blancas, cuando el almendro florecía en sus pinceles.
Todo el arco iris en líneas rectas que anillaban sus brotes de vida.
Espirales sin fin. Centenares de puntos diminutos que saltaban el vado de las ilusiones idas. El hombre de las varas imposibles se vestía de sonrisa.
Y abría la ventana que daba al naciente.
Y esperaba la luz del sol.
A su lado, un perro pequeño como los días de su ocaso, bailaba en círculos interminables de gozo.