miércoles, 27 de agosto de 2014

La soledad de quien llama a la puerta


Si lo permites, deja que la música te coja de la mano y te lleve, sin prisa alguna, a la pérgola del texto. Ve saltando por las teclas del piano y usa el violín como columpio de tu tranquilidad, hasta que la guitarra te hable al oído y te lleve y te siente en el borde de una nube, desde donde deberás verte con los pies colgando. Acude entonces la letra, con la parsimonia del que se siente solo.



Faltan letras en mi alfabeto para llamar a tu puerta, donde cobijas el Tiempo que acompaña en las luces de la noche, cuando las estrellas bailan. O tal vez me sobren palabras, paseadas de la mano, de cuando en vez, palabras de colores que nunca supieron decirte nada. Sólo treparon por la piedra, casi siempre como enredaderas temerosas del vacío. O quizá me falte valor para robarte silencios que acompañen los míos y tema encontrar tu sonrisa tras el ruido de metal en la madera. Entonces llamo a la puerta, que siquiera tengo certeza sea tu puerta, para saberte en algún lugar de los adentros. Y aguardo con la impaciencia en un costado y el corazón latiéndome, de temores lleno. Y repito el golpeo y le hablo al hielo de la aldaba, mañana de rocío que se sabe quieta. Y abrazo la angustia en las ausencias del todo. Y me protejo del frío rodeándome hasta donde llegan mis brazos desnudos. Debo transitar entre dos mares, rosa de los vientos. Saberse tan sola, en el bosque de robles viejos. Y no me consuela tu caminar sobre las teclas del piano, negro sobre blanco. Ni los vaivenes del violín que semejan olas de ida y vuelta. Ni las palabras arrastradas de quien busca aliento para su propia vida. Porque el círculo que mis ojos abarca está repleto de lejanías y todo es un infinito gigantesco, ondulado, casi curvo, donde gano el tiempo a la vida viendo como desaparece el sol cada atardecida de mi agosto, entre geranios igualmente ajados por la edad. Y vuelvo los ojos al recodo por donde aparece la luna, bordes de la montaña próxima, y enciendo la cazoleta de mi pipa olvidada. Y volteo toda mi vida, al amparo de unas volutas de humo que semejan trazos de mi pasado y alivio con mis manos los olores del jazmín que, majestuoso, colorea de verde los blancos de mi espalda. Y sueño en la noche. Toda. Olores del tiempo ido, que beso al socaire de todas las presencias que puedan acompañar mi conversación de palabras vacías.

lunes, 18 de agosto de 2014

Somos



Nacida al final del pasado lunes, cuando las luces estaban apagadas. Faltaba la flauta y el punteo de la guitarra. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado lo mismo?¿Cuántas veces nos hemos quedado sin respuesta?. ¿Cuántas veces juramos no volver a la interrogante? ¿Cuántas veces repetimos la búsqueda por el mismo círculo que la vida nos presta?. Deja que la música te pida la tinta negra de la palabra.




Somos resultado de las sombras que nos han ido rodeando. De las paredes que nos han hablado desde sus silencios. De la ausencia de luz que nos llevó a la apertura de un postigo. Somos resultado de las palabras nunca dichas. De la música con la que hemos crecido. De las personas con las que hemos conversado. De aquéllas imágenes que retenemos del pasado. De cuantos cosas no hemos logrado alcanzar y de las mismas cosas que nos han ido superando en nuestra cotidianeidad. Somos arcilla mojada cuando raya el día. Somos un puñado de buenos y malos recuerdos. Resultados de un adiós, con el que dejamos de ser. Somos un anaquel repleto de frascos vacíos, donde el tiempo ha dejado su pátina de años en los recovecos horizontales del vidrio. Somos pellizcos en el aire, voces que tenemos sentadas en los hombros, voces de los que ya no son y están en los aledaños del oído. Voces que despiertan en las noches sin sueño y danzan interminablemente con siluetas que reconocemos, risas que nos circundan y visten de años nuestros miedos. Somos cuanto no hemos podido ser, varaderos de cuantas quimeras han perecido en los océanos donde habitan los sargazos. Y por ser, somos silbido de sirena o tortura de Ulises maniatado a un mástil que siquiera nos pertenece. Somos un puñado de frustraciones a las que se les canta un bolero cuando la soledad se comparte y llegamos a ser marionetas de cartón que caminan siempre de costado. Somos una mirada abandonada en una imagen que se oscurece con el sueño. Dije que somos una interrogante a la que se le ha hurtado el punto o tal vez, seamos una diagonal de luz en la oscuridad, por la que trepan todos los puntos robados a las interrogantes. Somos respuestas cuando nadie pregunta. Somos silencios en mitad de la algarabía. Somos una camelia nacida en un rododendro. A veces, somos murmullos que acunan el insomnio de las noches. Voces de cuanto quisimos ser.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Me hablan las sombras


Somos resultado de las sombras que nos han ido rodeando. Toma prestada la letra de un hermoso poema y déjate envolver por la música que lo ensueña. Y confunde las líneas de cuanto vayas a leer, como hace el miope que se priva de sus lentes.


Me hablan las sombras desde sus paredes de siglos, conforme los postigos se deshojan en sus goznes de hierro y la luz dibuja triángulos sobre las maderas del suelo. Me hablan las ausencias, desde su encintado de tiempo ido, y la música de sus voces compone una conversación huida que reaviva el recuerdo. Y sonrío entonces, en el bienestar de cuanto recupero y mezclo en un anhelo imposible. Y miro a sus ojos, que me observan desde sus pupilas de luz apagada, con la curiosidad de quien se sabe eclipse o silueta de humo que se cimbra entre objetos que acierto a palpar, oscuridad de mis días. Recupero el pulso de mis adentros y me emociono y quiero adivinar en los perfiles que sus ademanes muestran, un gesto que me alivia en el llanto. Todas las voces, hablándome desde su quietud de otro lugar, compartiéndome en mis claroscuros. Y adivino sus pasos en el leve crujido de las tarimas. Y adivino su calor en las estelas de luces blancas que van quedándose prendidas en el aire, en la luz vertical que sube los contornos de las puertas y se difumina, hasta ensombrecer las proximidades desde donde observo como las candilejas van apagándose. Y tal y como surgieron desde los grises de la piedra, marchan hacia la claridad que se adivina más allá, país de todas las luces imaginables, donde habita el sosiego de cuantos se saben calmos. Y sube en su despedida, desde el exterior ajardinado, el color de las hortensias y llega hasta la palma de mis manos el olor de las madreselvas. Y entonces cierro los dedos en un gesto inútil que quiere atrapar el aire, el aroma de otro tiempo. Y poco más tarde los abro, y me entretengo en las arrugas de la edad, reconociéndome en ellas. Al cabo. Y acudo presto a la claridad, mano entrelazada a los compases del corazón y miro el horizonte, donde creo ver siluetas que se vuelven y me miran en el adiós que percibo, tiempos de cristal a cuyo calidoscopio me asomo de cuando en vez para saber del pasado que va hilando mis días.