lunes, 25 de julio de 2011

Juego de palabras

La soledad, música necesaria para entonar la letra.
El recuerdo, difícil digestión cuando merodea la melancolía.
La cuarta luna de Plutón.
Cae el agua desde su altura, embravecida, y convierte en espuma cuanto destierra. ¡Y destierra tanto!
El cauce se ahueca con el paso de los siglos, mientras el lagrimal se humedece y pervive el llanto. ¿Cuándo se aprende a llorar? Temprano, dijo.
Es el primer lamento de todo lo vivo. La primera bocanada de vida se torna grito. Y como respuesta, piel con piel. Beso de luz prolongado.
El calor de los cuerpos, bálsamo en el desconsuelo.
O compañía en la soledad de la muerte. 

Borosa, marzo 2010.
¡Qué solos se quedan los muertos!, decía el poeta en su llanto de lágrimas hacia adentro. Y la música inacabada del río, llevando ayes cuesta abajo. Y las ramas secas de vida, testimoniando el tiempo desde las orillas, ahora verdes. Barajé las dudas y eché las cartas. Trampeando mi propia cordura.
Y reí hasta desencajar las mandíbulas y ahuyentar la proximidad de los buitres, que sobrevolaban la carroña de mis tribulaciones.
La cabeza como un reloj de cuco.
Me hablan los juncos, para decirme que todo tiempo de lectura o de amor, es tiempo robado.
Y el agua murmulla desde el nacimiento que al leer se sueña o al soñar se acaba leyendo los dobleces de nuestras propias verdades.
Y las trampas que el recuerdo trae, con imágenes de lo que ya no somos, los dedos entrelazados para no perder la utopía de una realidad inventada, nacida de los fantasmas que ahuyentamos del pasado, cuando quisimos ser cuanto ahora no somos, vía láctea que muere en el mar, en el mismo ocaso donde el sol de poniente convierte en sangre el agua donde dormita su tiempo ido, ayer de un mañana que resta por calmar, ahora, nuestro llanto de recién nacidos.
Entre amigos, silabeándonos en el hechizo.
Recuperados en la celebración de todas las lunas llenas.

lunes, 18 de julio de 2011

El silencio necesario

Compraba cuarto y mitad de horas perdidas en el mercadillo de los lunes, o las hurtaba del sueño, que tanto daba lo uno como lo otro. 
Buscaba minutos, apenas, para bailar un tango en silencio con las palabras, a las que desnudaba de adjetivos tarareándole en los oídos. 
Y sonreía, con la risa prestada del truhán que le hubiera gustado ser. 
Buscaba quien le vendiese tiempo, para perderlo poco después, absorto en las orillas del río, dormitando con el arrullo del agua en su carrera cuesta abajo. Búsqueda inútil de la boca del mar. 
Dulce y salado. 
Buscaba cinco minutos robados en los arrabales de su vida, para ausentarse de cuanto le rodeaba, real o ficticio, y replegarse en si, tránsito por la oscuridad del recuerdo olvidado. 


Borosa, marzo 2010

Y buscaba complicidades para palmear las entrañas del alma o acaso para revivirse entre sus propios silencios, tan queridos. 
O para permanecer quieto, embelesado en la noche de luna tantas veces silueteada. Buscaba la pausa precisa, ésa que se deshila de los minutos y te adormece y te imagina bajando peldaños desde algún lugar, donde no recuerdas haber subido. Escaleras de un sueño del que despiertas en el borde del equilibrio roto, y te sorprendes viéndote en el revés de una frase que nunca has pronunciado, añorando la ausencia de palabras que te acerquen a la calma, al sosiego que merodea en los aledaños del descanso, donde habita la quietud. Alacenas repletas de necesarias soledades, donde el murmullo no tiene cabida, por no hablar de la palabra malhadada. 
Buscaba, en suma, huecos donde esconderse para teclear los impulsos nacidos al socaire de una forma de sentir, tan necesaria para seguir mirando el punto donde se unen los perfiles del río, donde se pierden las aguas. 
O donde se acaba la vida. Tal vez buscase quien pudiera comprenderle en sus vacíos, en sus anhelos, en sus miedos y en sus interrogantes. 
O quien le prestase silencios a sus palabras por decir. 
O, tal vez, buscaba a quiénes no quebrantasen su tiempo pidiendo luces para cuantas palabras nacieron en la oscuridad.

lunes, 11 de julio de 2011

La música del agua

Tenía los ojos pequeños, como avellanas, y un lunar en las orillas de los labios que conferían a su rostro una asimetría casi perfecta. 
Llevaba una caracola en la frente, reflejo sin duda de su rebeldía amordazada y una larga trenza tejida con tres madejas terciadas de su pelo negro. Su mirada era esquiva, huidiza a veces. Iba desde posarse, ora en un recodo cualquiera del suelo, ora fija en un punto inexistente del infinito.
Y mientras escuchaba sin atreverse jamás a mirar la cara de nadie, doblaba con pulcritud las esquinas de su delantal, acto en el que había logrado una especial maestría. Hay quien la recuerda una vez sonriendo, sentada en el hueco que cuatro ramas de cerezo habían conformado en las entrañas del árbol y aseguran, quienes llegaron a conocerla, que salía música de su boca. 



Borosa, marzo 2010.

Siempre pulcra, limpia, con un olor que alguno llamó de azahar. Tuvo un anillo de hojalata que perdió cuando sus dedos se alargaron y una vida habitada entre silencios de sus mayores, a los que dedicó su vida, toda, desde sus primeras labores en ayuda de su madre, quitando las hebras del canto a las judías antes de ponerlas a hervir, hasta desparramar el grano de trigo, unos pasos detrás de la vertedera en arado de su padre.
Tiempo más tarde, creí conocerla en las sombras de su cuerpo menudo sobre la pared encalada de la casa del Balcón, un pequeño triángulo oscuro, de perfiles nítidos. Ensimismada en la música que como regalo le ofrecía la vida del río, tan próximo, las esquinas de su delantal en perfectos dobladillos que una y otra vez hacía y deshacía, su cara a poniente, ojos cerrados, casi, tanto por la luz postrera del sol, cuanto por el paso circular de los años, tan pulcra, tan limpia, con aquél olor remedo de los naranjos en flor y con un rostro del que había desaparecido el lunar, perdido ahora entre cualesquiera de los pliegues en su piel, con su trenza blanca y los silencios, sentados en sus costados.
Y quiero recordar que salía música por sus labios. Y que las aguas del río sonreían. Y se adivinaba, aún, una caracola cana en su frente. O algo parecido.

lunes, 4 de julio de 2011

Agua de marzo en julio

Tendría que pedirte disculpas, por acodarme entre tus palabras. Por hurtar el tiempo, tu tiempo, con mis aconteceres baldíos y situarlos entre tus archivos, a la espera del instante donde los ahueques y les sonrías, con las historias que te llegan desde éste lado del espejo. 

Debería excusarme, quizá, por invadir tu silencio o por aventar las luníadas desde los pretiles rectos de mis acantilados y sonsacarte palabras entre compases de música, mi música, que siquiera es la tuya. Acaso, debiera ausentarme caminando las traviesas del tren, paso a paso camino del infinito, donde las paralelas se aúnan y el sol se repliega en un punto rojo que recuerda la doblez del abanico de cristal. Camarón en mi costado. 

O tal vez debiera pedirte disculpas por invadir tu quietud con mis canastillos de símbolos. Con mis espirales que siempre quieren hablar de otra cosa. 

 Borosa, marzo 2010.

O con mis círculos de tiza caucasiana que buscan el terno de arco iris que las palabras tienen, cuando se desvisten de inviernos. Nada de cuanta nada tiene la vida, compartida entre lunes de ida y vuelta, camino del estío y con la sonrisa del que no lamenta nada. Sentado en las teclas de un piano, caminando entre blancos y negros. Huyendo de las diagonales del ajedrez, tan aburridas, porque la vida fue inventada para sorprendernos en cada instante, en cada soplido del alma, cuando aprendemos a querer en el envés de nuestras contradicciones, de nuestras silentes compañías. Y así las cosas, callamos cuanto queremos decir. 

Cuanto necesitamos decir, aire de mi propio aire que abocamos para respirar, para conciliar el sueño entre palabras surgidas durante el día. Y muertas antes de ser dichas en la noche, para evitar el sonrojo que nuestro pudor provoca. 

Porque somos vidas replegadas en nuestras oquedades y cuarteamos el tiempo entre silencios, que no son sino las sombras de nuestros propios vacíos, ensimismados y a la espera de que las dudas nos transiten y nos hagan sentir tan vulnerables, cuando bastara una brizna de aire nuevo para abrazar la plenitud, la dicha de quien comparte el agua para calmar la sed.