domingo, 5 de febrero de 2012

Padre


Recuperarte ahora, cuando tenía tus perfiles desdibujados en las espirales de mis recuerdos. Recuperar, ahora, el azul infinito de tus ojos cansados de vida y las cejas pobladas que los cubrían de nubes pardas. Recuperar, en un sueño de fiebre, sudor y desasosiego, tus olores encarnados en mi propia piel. Las cadencias de tu voz. La imagen nítida de tus dedos infinitos, hermosura de hebras acostumbradas al humo. Sentar tu sonrisa en mi costado y entrelazar mis manos a las tuyas, y mirarte a la cara, azul de mar, para empaparme de tu gesto amable, cálido, presto el corazón. Siempre abierto. Recuperarte, ahora, sombra que me diste luz, cuando ya los ecos se vaciaron de rincones por donde buscarte. 





Y pasar mis manos por tu cara y mesarte el pelo, huido al fin, mientras recuento los años, idos ya hacia el país de la luz, van para catorce, acaso. La firmeza tibia de tus opiniones, escondida siempre la sabiduría en las penumbras de la prudencia. Y recordarte ahora, aquélla mañana, en la que me requeriste para ayudarte. Para despedirte en mis brazos. Ayúdame. Y levanté tu cuerpo vencido, para encontrarme en el mismo palmo con tus ojos, azul de luz que se blanquearon ante los míos. Esa mirada que no deseo desclavar de mi alma. Esos ojos que interrogaron a la vida en su despedida. Tan temprana, en sus años. Esa forma de proyectarte en mi, de despedirte, todo el peso de tu cuerpo en mis brazos, rota la expresión en una interrogante sin punto donde asir el último aliento. Y mis labios, besándote todo. Aireándote un interior que me supo yerto. Recuperarte ahora, padre, en las embestidas de una fiebre. Y disfrutarte entre el sudor de una enfermedad de tránsito. Sabiéndote tan cierto. Tan próximo, siempre. Duerme, encogido en el frío. Abrigado con el paso liviano de mis palabras por tus hombros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario