domingo, 12 de febrero de 2012

Los colores del tiempo

Bosque de Oma, Julio 2009



Llegaron por centenares. Huían del los fríos que la espuma aventa cuando rompe el agua con furia en los acantilados del norte. Llegaron tras sobrevolar el oleaje crecido del mar, apenas avistaron tierra en el horizonte, batiendo alas para vencer al agotamiento. Cruzaron bajo el arco iris, robándole sus colores. Arquero que perdió su flecha y se tornó escala de grises. Aletearon desde el rojo hasta el violeta, buscando triangular los arenales del sur. Y llegaron al bosque de Oma con las primeras luces de la luna, claroscuro de arboleda con los brazos tendidos. Y al amanecer, cuando regresaron a los cielos otrora plúmbeos, dejaron en las cortezas del bosque los recuerdos de su hurto. Rojos abrazados a naranjas. Amarillos temerosos de los verdes. Azules del mar extraviados en añiles que se tiñeron violetas a la hora del Ángelus. Miles de ojos curiosos se adentraron entonces entre los árboles, donde recostada, me pediste que te hablara del Tiempo. Y te dije, desde el cristal de mi vista cansada, como los duendes de Oma aseguraban que el tiempo no existe. Que no existe el pasado, por cuanto no existe lo que ya no es. Y te lo dije con el olor del espliego aún en mis manos. Y al interrogarme sobre el futuro, acariciando las arrugas ásperas de la edad, te afirmé que no existe cuanto está por llegar. Lo que todavía no es. Y envolví con mi mano cuenca los aromas de la mejorana, para que oyeses la voz de la tierra cuando se queja de las umbrías. Silenciaste el resto de la tarde, apenas un atrevimiento que se abortó en el umbral de tus labios, y cuando ibas a incorporarte balbuciste, sólo entonces, que te hablara del presente. Miré a cuantos ojos me miraban y te respondí diciéndote que resulta ser tan efímero, que ya es pasado cuanto oías. Tan vencido, siempre. Tan huido de mí. La bandada voló hacia los arenales del sur, huyendo del frío y de las voces roncas de la noche.

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