Envejeceré el día que deje de sorprenderme. Alguien debió decirlo. Una taza de té. Una voz transparente y negra, como bocanada de humo. La luna diluyéndose en azules. Y una llamada que se torna llanto. Pequeñas cosas que despiertan nuestras vidas. Afortunadamente. Déjate llevar ahora por la música, cuando tengas abiertas las palabras.
Viene la noche envuelta en tus lagrimales, cuanto más oblicua está la luna y los perfiles de la tierra aprenden a besar su espalda de nácar. Viene el suspiro del aire, tu propio suspiro, caracola en mí oído que se enhebra y se adentra hasta ausentarse en las duermevelas de mi alma. Y llega el grito, contenido apenas en el revuelo de un planeta que juega al aro con tus dudas. Tu propio grito. Y por venir viene tu llanto, huyendo de las sombras y en busca de triángulos donde asirse. Y arrebujo encuentra en mis entrañas. Cuando no aciertas a disfrutar con los colores que te regalan los duendes que habitan el bosque de Oma. Cuando todo se te hace gris. Cuando todo se te hace noche. Sin respuestas de lana donde adormilarte. Donde buscar el arrullo que te saque del interrogante duradero que atenaza tus silencios. Tus sueños que repliegas en ti. Y es entonces cuando te sientes tan sólo en el centro de tanta compañía, sonrisa apenas esbozada para evitar miradas que no saben ocultarse. Y es entonces cuando te sientes tan uno en el centro del círculo que asfixia tu vida. Sin encontrar respuestas, cuando tantas respuestas tiene la vida para verla iluminada. Para vencer el miedo y disfrutar transitando por los alambres. Explotar de júbilo con la enredadera de todo lo nuevo, mañanas diferentes con las que anillar los días. Tu llanto que es mi llanto. Tu soledad que es mi soledad, tan ajena a las luces que te prestan las candilejas. Tu tristeza, hoy, convertida en mi propia tristeza. Mientras tu corazón te amordaza, sobrecogido en los entresijos de tus vacilaciones y el aire se apoca en tu interior hasta encontrar tu ahogo. Búsqueda cruel de réplicas a palabras que nacieron mudas. Tormenta que atormentas cuando el cielo se te viste de nubes densas. Durará hasta que te amigues con el soplo que trae viento fresco en cada madrugada. Hasta que sonrías con la naciente claridad de la aurora. Hasta que grites tu alegría con los pespuntes del sol. Hasta que abraces la luz, que no es certeza sino mensura para huir del llanto y goces de la placidez naranja de los atardeceres. Hasta que vivas la felicidad en cada gota de lluvia y encuentres respuestas con las que desdeñar la nada. Clareará entonces el día y la luna te mostrará su lado azul.
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