Alguien me habló de
las luníadas... y alguien puso la
tilde. Entrambos, tomo prestados tilde y palabra como pretexto para un nuevo
lunes. Los números redondos tienen estas cosas. Veinte lunes compartiendo lo
que nació como un pequeño dislate de los adentros. Un mes dedicado al recuerdo.
De personas. De imágenes. De paisajes. De músicas. De alientos. Alumbrando un
vocablo inexistente para ello.
Puede que se diera la vuelta buscando, en su propia cara, el espejo donde oscurecer los sueños que van olvidándose. Es su historia interminable. Dormitando casi, mientras clareaba la mañana sus primeras luces, una mano pálida de mujer ahuecada en arrugas apenas perceptibles, le mostraba una sonrisa lívida mientras soplaba el interior, aventando una nubecilla de luníadas que se mezclaron por entre los primeros pespuntes de luz. Acaso no fuera cierto, puro espejismo de la noche en los cristales limpios de la mañana. Incluso creyó soñarlas en su fantasía precoz, como pequeñas partículas de emociones desvestidas por el sol en los instantes previos al ocaso. Y una vez más, sonrió. Su risa, remedo de un viento diabólico que todo lo desfigura. Su rostro, desconocido ahora, convertido en paisaje donde buscar el nombre de la rosa. Encuentros con la voz del alma, cada lunes, cuando la luna se aventura llena. Retornos a la escena habitada alguna vez; a las figuras con voces agudas que habitaron en otro tiempo. A Pirandello. En un tiempo que ya no es. Quizá pretendiera con todo ello renacer desde el interior del pasado o tal vez saciar su sed bebiendo el agua fresca del futuro, como hiciera la niña que paseaba descalza por el bosque encantado de Oma, con su bolsillo lleno de mariposas cosquilleando una mano menuda e infantil. Fuese como fuera, los lunes se habían tornado en pinceladas de su propia vida. Una música. Una fotografía. Y centenares de recuerdos llamando a la puerta del tiempo ido. Con sus perfiles, comienzo difuso que iba delineándose en la memoria. Y detrás de cada sombra, un nombre. Un paisaje con personajes apareciendo desde las alacenas. El sentimiento emocionado de lo revivido. Las ausencias, como clavos en la pared de geranios rojos, con sus lamentos siempre mudos. O quizá consistiera, tan sólo, en aventurarse a tientas por entre las brumas de una noche donde las carcajadas se visten con túnicas blancas de satén.
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