Old Harry rock (Inglaterra) febrero 2011..
Sentada en el ángulo recto de su primera vida, piernas colgadas al vacío, al precipicio de las dudas, como un alfanhuí de cartón repujado al criterio del viento. Su vida, centenares de lecturas desleídas conforme fue viviendo del revés, libro a libros precipitados al mar, con todas sus historias dentro y sus miles de personajes mudos saltando olas que rompían desoladas toda su furia contra la piedra blanca. La espuma del agua llegaba a cosquillearle la planta de los pies mientras su vida, otra vez su vida, vaciaba sentimientos, vomitados casi, recordando las horas perdidas entre las camelias de sus paisajes, olvidados ahora. Y la música de abajo, como un acordeón. Arrullando las palabras intuidas cuando cerraba sus ojos a la lluvia caída desde un cielo vestido de cenizas. Y el vértigo, caracolas en el estómago, los pies colgando a batiente, y sus manos apoyadas en la hierba mojada, su cuerpo recostado y la cara ofrecida al aire del oeste, boca entreabierta sorbiendo el agua que repiqueteaba su cara menuda, su cara de niña apenas nacida a una vida que ya se le hacía interminable, con su media sonrisa harta de estancias oscuras en las que se había perdido la luz. La vida de la mar convertida en furia. Otrora calma que remansaba en un horizonte vertical casi infinito. Y ella, todos sus silencios rumiados con los pies desnudos, colgados a la nada, o al comienzo del todo. Un cuerpo reclinado que intuía los impulsos de rabia, harta de buscarle respuesta a las interrogantes que se cernían en su cuerpo pequeño, en sus ojos de vidrio, lluvia y lágrima hermanadas en la cuenca de sus ojos, en los que jugaba al aro una sonrisa intermitente, recuperada de los recuerdos aniñados cuando sabía ver los colores de todas las frutas e indagaba en la luz que provocaba la sombra redonda por donde trepaban minúsculas briznas de polvo. Aterrorizada por el silencio interminable de su interior. Apenas una veintena de años, alejada del lugar donde vuelan las mariposas. Allí donde las ilusiones quedan atrapadas en una tela de araña. En un remolino de aguas. Y el vacío, caracolas en el estómago, proponiéndole un mañana de luz y vida recobrada, luz del cabo.