Caminaba buscando el ocaso, una forma de ir hacia el oeste con las manos vacías. Caminaba al amparo de los robledales, de la fronda verde del bosque, al cobijo de los vientos fríos que llegaban del norte.
Su mirada en el horizonte, allí donde el camino se torna apenas un señuelo extraído del paisaje. Sonreía con el vuelo de las mariposas en los claroscuros y hurgaba en el musgo de los árboles buscando su extraviada rosa de los vientos.
Silenciaba los murmullos de los pájaros, distraído con las orugas que cruzaban el camino.
Soñaba en los recodos con las hadas de tules róseos y alguna vez quedó dormido en los acordes de una voz de mujer, imaginada siempre. Era un solitario, que leía novelas con las páginas boca abajo. Un pintor de las sombras que los árboles recortaban en el suelo.
En el éxtasis, se despojaba de su miopía para ver tan sólo las manchas de color y los contornos de las maderas viejas, que coloreaba de azul en su imaginación de poeta, por renegar del negro. El universo de los verdes, inexistentes en su paleta de pintor.
Panorámica arqueada de magentas, amarillos y azules, entremezclados todos. Hubiera deseado vivir en una bohemia que desconocía y poseer el don de hablar con los duendes del bosque. Descomponía los cuadros hasta dejar blanco en el lienzo, para repetirlos en su mente de niño travieso y extasiarse con la parsimonia en el secado del aceite de linaza, que contemplaba desde el envés.
Manchaba entonces sus manos con amarillo cogido de las margaritas, una pizca del azul de sus ojos, y cuando el estallido de verdes se aventuraba, pellizcaba un punto magenta prestado del sol, para sonreír en el anochecer que viraba entonces en violeta.
Era su mundo de ilusiones, donde quebraba los colores con el blanco de las auroras, en las que acomodaba la planta de sus pies, desnudos a la tierra por donde respiraba la vida. Y seguía caminando, con la referencia de la oscuridad que dejaba a su espalda, la vista puesta en el último pabilo de luz, allá, a lo lejos.
Mientras el bosque dormitaba, principiando la noche y él se aventuraba unos metros más, andando entre tinieblas, casi. Rodeado de carcajadas que buscaban burlas.
Su mirada en el horizonte, allí donde el camino se torna apenas un señuelo extraído del paisaje. Sonreía con el vuelo de las mariposas en los claroscuros y hurgaba en el musgo de los árboles buscando su extraviada rosa de los vientos.
Silenciaba los murmullos de los pájaros, distraído con las orugas que cruzaban el camino.
Soñaba en los recodos con las hadas de tules róseos y alguna vez quedó dormido en los acordes de una voz de mujer, imaginada siempre. Era un solitario, que leía novelas con las páginas boca abajo. Un pintor de las sombras que los árboles recortaban en el suelo.
En el éxtasis, se despojaba de su miopía para ver tan sólo las manchas de color y los contornos de las maderas viejas, que coloreaba de azul en su imaginación de poeta, por renegar del negro. El universo de los verdes, inexistentes en su paleta de pintor.
Panorámica arqueada de magentas, amarillos y azules, entremezclados todos. Hubiera deseado vivir en una bohemia que desconocía y poseer el don de hablar con los duendes del bosque. Descomponía los cuadros hasta dejar blanco en el lienzo, para repetirlos en su mente de niño travieso y extasiarse con la parsimonia en el secado del aceite de linaza, que contemplaba desde el envés.
Manchaba entonces sus manos con amarillo cogido de las margaritas, una pizca del azul de sus ojos, y cuando el estallido de verdes se aventuraba, pellizcaba un punto magenta prestado del sol, para sonreír en el anochecer que viraba entonces en violeta.
Era su mundo de ilusiones, donde quebraba los colores con el blanco de las auroras, en las que acomodaba la planta de sus pies, desnudos a la tierra por donde respiraba la vida. Y seguía caminando, con la referencia de la oscuridad que dejaba a su espalda, la vista puesta en el último pabilo de luz, allá, a lo lejos.
Mientras el bosque dormitaba, principiando la noche y él se aventuraba unos metros más, andando entre tinieblas, casi. Rodeado de carcajadas que buscaban burlas.